Monday, February 10, 2025
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Tras la pista de los etarras que entraron a la Nunciatura con Noriega

by CM News
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Tras la pista de los etarras que entraron a la Nunciatura con Noriega


Es una mañana de enero, al norte de España, fría y padeciendo de esa llovizna interminable del País Vasco, que aquí llaman sirimiri. He venido en busca de respuestas a uno de los enigmas que quedaron sueltos en mi recién publicado libro sobre la invasión americana de 1989.

En El Colapso de Panamá describo como, luego de la incursión de las tropas estadounidenses, Manuel Antonio Noriega huyó y pasó los siguientes cuatro días, a salto de mata, escondido. A punto de ser capturado, en su desesperación, suplicó ser recibido en la Nunciatura Apostólica.

El nuncio José Sebastián Laboa recibió su llamada de auxilio cuando apenas tenía 24 horas de haber aterrizado en Panamá. Él había partido a inicios de diciembre a pasar las fiestas navideñas en su natal San Sebastián. Al volver encontró la legación diplomática llena de refugiados, altos oficiales del ejército panameño y cercanos colaboradores del depuesto dictador, que le huían a las tropas extranjeras.

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La madrugada del 23 de diciembre de 1989, cuando Laboa llegó y fue recibido por su secretario y las cuatro monjas que atendían la residencia, había otros “huéspedes” en el salón: cuatro miembros del grupo terrorista ETA.

En Panamá solo se supo de ellos porque atinaron a refugiarse en la nunciatura. Ellos creyeron que sería el lugar más tranquilo y seguro que podían encontrar. Además, al frente estaba otro vasco, a quien ya habían conocido y era de las poquísimas personas que sabían que en suelo panameño había etarras.

¿Qué hacían esos terroristas en Panamá?

Cuando escribí el libro sabía que tras su permanencia existió un pacto secreto entre Noriega y Felipe González, el presidente del Gobierno español. Pero, ¿cuál era el acuerdo? ¿Por qué estaban en el país y desde cuándo?

A eso había venido a Euskadi, la tierra de los vascos. Y también, a saber qué había ocurrido con ellos. Luego de la entrega de Noriega a las tropas estadounidenses, el 3 de enero de 1990, el foco de atención se desvió y ellos se desvanecieron, sin dejar mayor rastro.

¿Qué se hicieron?

Fueron cuatro los etarras que entraron a la embajada vaticana: Miguel Angel Aldana, Juanjo Aristizábal, Juan Karlos Arriaran y Koldo Saralegi.

Aldana falleció el 4 de abril de 2016, en Venezuela.

Una nota necrológica sobre Aldana narraba un encuentro que tuvieron con Noriega. En ella se menciona que el oficial que los acompañó a la reunión fue el mayor Valdonedo.

Los servicios de inteligencia

Antes de mi primera cita en San Sebastián, hablé con Aristides Valdonedo.

“Claro que los recuerdo – me contestó –. Yo era en esa época el subjefe del G-2 [la dirección de inteligencia de las Fuerzas de Defensa]. Los recibí en el aeropuerto cuando llegaron en un avión de la Fuerza Aérea Francesa. Bajaron esposados.”

Llegaron deportados por Francia a Panamá, pero a órdenes de los servicios de inteligencia de España. No fueron cuatro sino diez los revolucionarios vascos que vinieron. Llegaron en varios grupos entre 1984 y 1988.

“En el caso de estos chicos, querían tenerlos inmovilizados –me dijo el ex mayor–. Les quitamos los pasaportes y no les dimos documento alguno. Se les advirtió: el embajador español es sagrado, no se metan con él. España nos reembolsaba los gastos por mantenerlos aquí, por vía de sus servicios de inteligencia cuyo enlace en ese entonces estaba en República Dominicana”.

Los tuvieron primero confinados en el cuartel de Tinajitas.

“No estaban presos, deambulaban por el cuartel pero no podían salir. Luego los movimos a una casa en una playa, siempre vigilados, pero eso a España no le gustó porque dijeron que ellos no estaban de vacaciones acá. Los pasamos entonces a una casa en Las Cumbres, y luego a otra porque la primera se quedó chica”, recuerda Valdonedo.

La banda más sangrienta

El nacionalismo vasco y los movimientos contrarios a la dictadura de Franco encontraron diversas formas de manifestarse. Una corriente más radical y de ideología revolucionaria, que además perseguía la independencia del País Vasco, se formó en 1958 como ETA (Euskadi Ta Askatasuna o sea, País Vasco y Libertad), rompiendo así con el nacionalismo tradicional al apostar por la violencia. El primer asesinato ocurrió en 1968. Durante las siguientes cinco décadas se llevarían a cabo más de 3.000 actos terroristas dejando unas 7.000 víctimas, incluidos 864 muertos. Para financiar sus actividades, la organización optó además por el secuestro de personas y el chantaje a los empresarios imponiéndoles un “impuesto revolucionario”. En 2011, ETA anunció el cese de su lucha armada y en 2018, su disolución final.

Pero, ¿por qué estaban en Panamá?

“Usted sabe que entre los servicios de inteligencia hay relaciones, incluso entre adversarios – me respondió enigmático –. Algunas por debajo de la mesa, otras por encima, que se llevan siempre con mucho respeto entre los países”.

El defensor

Miguel Castells me espera puntual en su despacho. Tiene 92 años de edad y una memoria envidiable para los mares de tiempo que separan los 35 años que han transcurrido desde aquel evento. Es más, me recibió jueves y no miércoles, como yo le había pedido, porque el día anterior tenía que cumplir con un término judicial.

Fue este abogado quien contactó al nuncio Laboa cuando apenas se iniciaba la acción militar estadounidense para pedirle que recibiera a sus coterráneos.

“Ellos estaban sin documentación alguna. Todo lo que tenían – me dijo – era un número de teléfono escrito en un papel que le había dado la inteligencia panameña y debían entregar a cualquier autoridad que los parase.”

Ese teléfono voló junto con el Cuartel Central de las Fuerzas de Defensa durante las primeras horas de la invasión.

“¿Qué hacemos?”

El ejército más poderoso del planeta se estaba tomando el país y los vascos estaban desconcertados.

Pensaron en jugársela, ir al aeropuerto y ver cómo tomaban un vuelo de Iberia. Pronto supieron que el aeropuerto era uno de los principales objetivos militares tomados ya por los gringos.

En Panamá operaba, y sigue operando, una flota de barcos atuneros propiedad de empresarios vascos en los que, ocasionalmente, los etarras trabajaban clandestinamente para ganar un ingreso extra. Pero, acercarse a los puertos era ya imposible también.

La llamada

“Si ellos consiguen cómo llegar, en la nunciatura los recibimos” , le contestó Laboa a Castells.

Los guardias que les vigilaban habían desaparecido.

Caminaron siete kilómetros desde la casa donde vivían confinados, sorteando una ciudad en guerra, hasta llegar a lo que creían ellos sería el sitio más seguro y discreto en ese infierno.

Jamás se les cruzó por la mente que estaban por caer en el ojo de la tormenta.

Menos de 48 horas después, el hombre más buscado del mundo se refugió en la nunciatura, el ejército americano rodeó el edificio y cientos de reporteros apostados alrededor de la legación empezaron a transmitir ininterrumpidamente el drama de Noriega.

A los panameños, le dije al abogado, aún nos cuesta entender qué hacían estos terroristas en Panamá.

“Era una situación totalmente antijurídica”, me contestó el también ex senador por Guipúzcoa ante las Cortes Españolas.

Se trataba de vascos que estaban refugiados en Francia.

Una nación repartida en dos estados

Geográficamente el pueblo vasco se ubica en el área fronteriza del norte de España y el sur de Francia. España concentra la mayor parte de la población con cerca de 2.2 millones repartidos entre las provincias de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava. Del lado francés habitan unos 300 mil habitantes en los territorios de Labort, Baja Navarra y Sola.

“Como situación de hecho intervenían tres estados: Francia, que los metía en un avión y los llevaba a un estado previamente escogido por España, latinoamericano o africano, donde vivirían confinados en un cuartel o una residencia, a órdenes de los servicios de inteligencia.”

Huían al País Vasco Francés porque habían indicios contra ellos, o porque en efecto escapaban por haber participado o colaborado en actividades de ETA, pero también porque en la persecución que el estado libró contra la banda terrorista más sangrienta de España, se cometieron arbitrariedades, se arrestaron y torturaron personas bajo la mera presunción de simpatizar con la organización.

El triángulo de los secretos

A partir de 1984 se empieza a dar una situación muy particular, que es cuando nace la figura de los “deportados”. Así es como se les conoce a estos vascos. Fueron un grupo de sospechosos de actividades ilícitas que terminaron detenidos, expulsados por Francia y luego confinados en un país extranjero a órdenes de España, pero sin haber pasado por ningún proceso judicial.

Los deportados llegaron a sumar unos 70 y terminaron en un limbo jurídico. Vivieron en el extranjero, sin poder moverse, sin papeles, vigilados por Noriega en Panamá, por Fidel Castro en Cuba o por Joaquín Balaguer en República Dominicana.

“La relación entre el estado español y el panameño cuando se les deporta, era únicamente una relación de compadreo entre Felipe Gonzalez y Noriega. En vez de escoger estados con democracias consolidadas, escogía a estos países”, cuenta Castells.

Varios de los deportados terminaron también en Venezuela, que entonces sí era una democracia. El “compadreo” que señala Castells, en este caso, venía de la muy cercana relación del presidente Carlos Andrés Pérez con el gobernante español.

¿Francia, por qué los enviaba?, le pregunté. Si esos vascos eran culpables, si había señalamientos concretos o pruebas de su participación en actos terroristas, ¿no debía juzgarlos, o entregarlos a España? ¿O los juzgaban, o los extraditaban a España o, si eran inocentes, los debían liberar o acoger como refugiados políticos?

“Allí hay un misterio. Una deducción lógica, y no porque tengamos la evidencia sino como conclusión razonada, es que no los entregaban a España porque España no los quería tener aquí pero tampoco quería que estuvieran sueltos. Había muchos que se exiliaban por miedo a la tortura. La Guardia Civil torturaba sistemáticamente. Hace unos años se abrió una investigación histórica, no judicial, aquí en Guipúzcoa, de casos de tortura de aquellos años, fueron miles, incluso después de muerto Franco. Se torturaba en una forma generalizada durante los interrogatorios, a cualquier sospechoso.”

Hizo una pausa, miró al techo y continuó.

“Sería porque no tenían pruebas contra ellos, o porque no querían tener más juicios ya que la gente empezó a hacer manifestaciones. Por ejemplo, si a Juanjo, que es de mi pueblo y lo conocen sus vecinos, y saben que es un buen chico, inocente, protestaban por su arresto, y también porque ese pueblo no quería que fuera juzgado por la Audiencia Nacional, que no era el juez del lugar donde se cometió el delito.”

¿Extradiciones o confinamientos?

Hubo casos en los que sí se tramitaron extradiciones de Francia a España. Hubo otros casos en que las entregas fueron de policía a policía, de hecho. Y en esos, hubo juicios y condenas.

A diferencia de aquellos casos, estaban estos, los de los deportados.

“Yo no los llamo deportados sino ‘casos de confinamiento’ porque eso eran. Ordenes de confinamiento nacidas del pacto entre los tres estados– subrayó – . La pregunta es: ¿por qué a estos se les deportaba y luego confinaba, en vez de juzgarles? Así, España le pedía a Francia ‘mándalos para allá’, a estos países, pero a disposición nuestra.”

En Santo Domingo, una anécdota

Los abogados que representaban a los deportados vivieron toda clase de situaciones. Miguel Castells recuerda una de ellas: “Fui a República Dominicana una vez como defensor de los independentistas que estaban allí y me recibió el general encargado de la inteligencia. En la pared había colgado un mapa de Europa. En medio de la conversación me pregunta que dónde quedaba Euskadi en el mapa. Yo le señalé que por aquí quedaba la parte española y acá la francesa. ‘¿Y tienen ustedes comunistas?’ – preguntó. Bueno, hay alguno, le dije. ‘Mátenlos ahora a todos porque cuando sean independientes no lo podrán hacer’, me recomendó.”

Castells me dio el ejemplo del caso de Miguel Angel Aldana, uno de los cuatro etarras que estuvieron en la Nunciatura.

Él lo había defendido antes de su envío a Panamá, en un proceso de extradición en Francia que incluyó a unos 20 vascos que cruzaron la frontera años atrás.

Francia le había dado cauce judicial y no concedió la extradición. Aldana, sin embargo, terminó siendo enviado a República Dominicana y luego a Panamá.

“Sobre los cuatro de Panamá, la impresión mía es que no tenían nada gordo contra ellos, si es que tenían algo. ¿Por qué a España no le interesó que se los entregasen a la justicia española teniéndolos confinados en Panamá?”, pregunta Castells.

¿Cómo están los chicos?

El mayor Valdonedo recuerda una visita oficial a Madrid en 1984, recién llegados los primeros etarras. La cita fue en el palacio de la Moncloa y estuvo el presidente del Gobierno.

“Al entrar Felipe González, me preguntó: ‘¿Mayor, cómo están los chicos de Euskadi?’ Le habían advertido que yo era el encargado de custodiarlos. ‘Ellos están bien, tranquilos, no andan haciendo diabluras’, le contesté y él se echó a reír y me dio las gracias.”

Parten los primeros

Para 1987, se fue el primer grupo de etarras a Venezuela.

Viajaron con unos pasaportes panameños pero bajo otro nombre. Panamá les emitió documentos de viaje con el nombre de gente que había muerto en accidentes de tránsito recientemente pues no querían darles pasaportes “normales”.

“Ese hecho se le comunicó a los venezolanos quienes dijeron que no había problema porque al llegar allá igual se los iban a quitar”, recuerda el oficial de inteligencia.

El limbo jurídico en el que se encontraban los “deportados” confinados en el extranjero se asemeja, proporciones guardadas, a la situación indefinida de los presuntos terroristas detenidos por Estados Unidos y que se mantienen en la base de Guantánamo, Cuba. Inmovilizados, sin ser llevados a juicio por falta de pruebas de su participación en los atentados del 11 de septiembre, siguen retenidos indefinidamente por las sospechas e indicios que los vinculan a los grupos terroristas. Los mantienen fuera del territorio de Estados Unidos bajo esa ficción que permite su detención indefinida y lejos del alcance de cualquier juicio con garantías procesales.

Parten los primeros

Para 1987, se fue el primer grupo de etarras a Venezuela.

Viajaron con unos pasaportes panameños pero bajo otro nombre. Panamá les emitió documentos de viaje con el nombre de gente que había muerto en accidentes de tránsito recientemente pues no querían darles pasaportes “normales”.

“Ese hecho se le comunicó a los venezolanos quienes dijeron que no había problema porque al llegar allá igual se los iban a quitar”, recuerda el oficial de inteligencia.

El limbo jurídico en el que se encontraban los “deportados” confinados en el extranjero se asemeja, proporciones guardadas, a la situación indefinida de los presuntos terroristas detenidos por Estados Unidos y que se mantienen en la base de Guantánamo, Cuba. Inmovilizados, sin ser llevados a juicio por falta de pruebas de su participación en los atentados del 11 de septiembre, siguen retenidos indefinidamente por las sospechas e indicios que los vinculan a los grupos terroristas. Los mantienen fuera del territorio de Estados Unidos bajo esa ficción que permite su detención indefinida y lejos del alcance de cualquier juicio con garantías procesales.

Los otros vascongados

El nuncio Laboa los visitó varias veces antes de la invasión. “Él los investigó cuando supo de ellos y sabía que no habían cometido delitos de sangre”, me comentó quien entonces fue secretario de la Nunciatura y vivió aquellos momentos, Joseph Spiteri, hoy nuncio en México.

Otro que los visitaba con mayor frecuencia, era el padre Carmelo Gorrochategui, el rector del Colegio Javier de Panamá, también vasco.

Conviviendo con el dictador

Los cuatro etarras, más la pareja de uno de ellos, que por aquellos días estaba en Panamá visitándole, pasaron 50 días dentro de la nunciatura.

Los primeros diez días, estuvieron con Noriega y la docena de oficiales y ex colaboradores del dictador que se habían refugiado. Los militares y civiles fueron, uno a uno, saliendo, entregándose a los americanos que los pasaron a las nuevas autoridades panameñas.

Al final quedaron solo Noriega, los vascos y Asunción Eliecer Gaitán, el jefe de la escolta del dictador.

Dormían en colchones en el suelo y terminaron haciendo buenas migas con Gaitán. Con Noriega no tuvieron mayor contacto esos primeros días salvo el 31 de diciembre que todos los que estaban en la embajada cenaron juntos y quedó tomando pacharán con ellos.

Noriega se entregó el 3 de enero de 1990.

¿Cómo y cuándo salieron?

“El marrón que tenía Felipe González era que saliera a la luz pública su compadreo con Noriega. Si se hacía público que estos vascos estaban allí por la complicidad con Noriega, él quedaría fatal”, asegura Castells.

El abogado buscó la forma de llegar a Panamá cuanto antes.

Con el aeropuerto cerrado a vuelos comerciales, viajó a la República Dominicana. Allí consideró seguir a Costa Rica para intentar cruzar la frontera en automóvil. En eso, Noriega se entregó a los americanos y se reanudaron los vuelos comerciales. Se montó en el primero de ellos.

En el autobús del aeropuerto a la ciudad vio la destrucción producida por la incursión militar y los saqueos.

“Al llegar hablé con el ministro de Justicia”. Un periodista vasco, que conocía bien Panamá y era afín a la Democracia Cristiana, lo puso en contacto con Ricardo Arias Calderón, ministro de Gobierno y Justicia.

“Me recibió muy bien, diciéndome que Noriega no había dejado ninguna documentación sobre estos deportados vascos. Me dijo que querían solucionar su situación de una forma que se respetaran sus derechos, que ellos eran nacionales españoles. Que si se querían quedar, tendrían documentación y podrían trabajar. O, si se querían ir, debían contar con el consentimiento de España y del país que los quisiera recibir.”

Castells se puso en contacto con el Comando Sur y con el embajador español, para que no se opusieran a su salida de Panamá.

Los etarras pidieron inicialmente ir a Cuba o Nicaragua, opciones que no contaron con el beneplácito de ninguno de los dos gobiernos. Luego surgió la posibilidad de ir a Venezuela.

Las botas del general

El 10 de febrero de 1990, hace hoy 35 años, el presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, envió su avión a recoger a los etarras a Panamá.

Se trató de una operación muy discreta. Los vascos no confiaban aún en que saldrían del país sin problemas así que Laboa los llevó personalmente en su coche hasta la pista donde estaba el avión.

Antes de salir de la Nunciatura, Gaitán les dio un regalo. Las botas del general Noriega, un recuerdo que aún conservan.

Los tres que sobreviven, Aristizábal, Arriarán y Salegi, tras más de 20 años en Venezuela, y luego de su paso por Panamá, residen en Euskadi.

Además de los cuatro que buscaron refugio en la nunciatura aquel 22 de diciembre de 1989, había otro etarra en Panamá que decidió no entrar.

Julián Tena Balsera no se refugió. Se quedó fuera y terminó viviendo en Panamá.

“Me lo encontré como diez años después de la invasión contó Valdonedo –, y comimos juntos. Recuerdo que me dijo, ‘yo de guerra ya puse bastante, no quiero saber más. Estoy trabajando en un astillero’. No sé si sigue en Panamá o volvió a España.”

El domingo 16 de septiembre de 1990, Gaitán, que tenía tras de sí acusaciones de homicidio por la masacre de Albrook, se fugó de la Nunciatura tras nueve meses dentro. Vive en Cuba.

¿Cómo quedó Castells defendiendo etarras?

Yo fui antifranquista. Algunos abogados recién graduados de la facultad nos habíamos creído lo que nos enseñaron en la escuela. Al principio defendí a un chico de mi pueblo que habían detenido sin respetar los mínimos derechos. Luego representé a un cura. Cada vez que visitaba a mis defendidos en las cárceles me enseñaban pruebas de violencia. Yo entonces denunciaba las torturas ante las autoridades. Y así, mi nombre se dio a conocer en la comunidad. A varios abogados vascos nos detuvieron y nos enviaron confinados fuera de Euskadi (a mí, a un pueblito en Extremadura), ya que en los Consejos de Guerra que celebraban contra los vascos combatíamos las pruebas y confesiones de los detenidos porque habían sido obtenidas bajo tortura. Según ellos, hacer eso constituía un ataque a las fuerzas armadas. Yo me voy ideologizando por el ejercicio de la abogacía. Mi familia era delas que habían ganado la guerra. Incluso mi padre evolucionó al ver lo que me pasaba a mí ya mi hermana, cuyo esposo era político y también fue torturado. Mi padre terminó siendo juzgado por el franquista Tribunal de Orden Público. Como yo quedé acreditado como uno de los pocos abogados que sufrieron la represión franquista por el ejercicio de la abogacía, eso me dio cierto prestigio con la gente y así me vinieron otros casos que, como usted sabrá, económicamente eran muy malos. Pero no podía negarme.”

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El autor es ex presidente de La Prensa y autor del libro El Colapso de Panamá: la historia de la invasión y del fin de la dictadura (Penguin Random House, 2024).



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