Hace unos pocos meses no sabía que esta palabra existía: “metempsícosis”.
La vi primero en un texto del siglo XVI, escrito en el torreón del castillo de Montaigne, en Francia. El ensayista anotó: “Pitágoras hizo suya la metempsícosis de los egipcios.”
Luego la encontré en Dublín, en un mundo de ficción que se terminó de escribir en 1921: Molly se acaba de despertar, sensual y esperando su te, se revuelve en la cama leyendo una novela, tropieza con la palabra “metempsícosis” y se pregunta su significado.
La tercera ocasión combina las dos anteriores: es ficción y fue escrita en Francia, aproximadamente en 1908, en el número 102, boulevard Haussmann, de París. Desde la primera página de la portentosa saga, el narrador menciona cómo ciertas ensoñaciones se le van haciendo ininteligibles, “…lo mismo que después de la metempsícosis pierden su sentido los pensamientos de una vida anterior…”
En fin, que la palabra me ha perseguido, como el músico del padre de los cronopios perseguía su versión de la felicidad, mientras duraba cada melodía.
La salvación evidente fue el diccionario. Sobre “metempsícosis” la RAE nos dice: “doctrina… según la cual las almas transmigran después de la muerte a otros cuerpos…”.
Tal experiencia me visitó recientemente a propósito del discurso y las acciones de los MAGA. Sin duda estamos ante un posible caso de deliberada búsqueda de la metempsícosis.
Los MAGA aspiran a reencarnar el estilo y ciertas políticas de tres presidentes republicanos que gobernaron Estados Unidos, entre 1897 y 1913: W. McKinley, T. Roosevelt y W.H. Taft. Sin embargo, los MAGA son selectivos. “Cherry picking”: Escogen lo que creen les conviene para hoy. Va siendo momento de releer Imperio, la novela de Gore Vidal.
Aunque la Historia no se repite, comparar momentos históricos suele ser una herramienta útil. Especialmente en este caso, porque en el propio discurso de toma de posesión del presidente Donald Trump, se invoca de forma directa el modelo de los ex presidentes McKinley y T. Roosevelt. Como veremos, pese al poco tiempo, ya es posible encontrar similitudes.
Los tres expresidentes citados defendieron el imperialismo supremacista blanco, “moralmente” justificado por las mismas teorías religiosas provenientes de los defensores del imperio británico, que invocaban que la “raza” anglosajona superior y cristiana tenía el deber de ejercer de tutor sobre los pueblos inferiores de América Latina, África y Asia, alejados de Dios e incapaces de gobernarse.
En nuestro continente, a inicios del siglo XX el imperialismo se elevó a nivel de doctrina oficial de política exterior, según la cual Estados Unidos reclama exclusivamente para sí, el poder tutelar económico y militar, sobre las repúblicas de América Latina. Hay una detallada explicación del asunto en el excelente ensayo de la Dra. Marixa Lasso, titulado Before the Roosevelt Corollary, publicado en el Journal of Diplomatic History, Vol. 47, No. 5 (2023).
Los MAGA están regresando claramente a esa visión. He allí la necesidad que tienen de expulsar a los migrantes latinoamericanos que “envenenan la sangre de Estados Unidos”, incluidos los venezolanos que apostaron erróneamente a que los ayudarían en su lucha contra la dictadura.
Económicamente esta expulsión no tiene sentido, en la medida que la gran mayoría de los deportados es mano de obra que Estados Unidos necesita. Sin embargo, desde un punto de vista racista, la acción tiene toda la lógica del mundo.
McKinley y los republicanos progresistas de T. Roosevelt eran defensores de altos aranceles para proteger a las empresas americanas y sus empleos, veían la consecuente alza de precios, como un peaje que había que pagar. Los MAGA están caminando esa senda.
T. Roosevelt usaba un lenguaje que exaltaba demagógicamente el nacionalismo americano en política exterior, además que era machista y confrontacional. Trump también.
Convenientemente los MAGA excluyen algunas políticas de esos tiempos. Por ejemplo, ignoran por completo la extraordinaria visión ambientalista de T. Roosevelt y las fuertes acciones antimonopolio de Taft y del propio T. Roosevelt.
Es importante recordar que esas corrientes ultra nacionalistas y supremacistas, siempre han existido en el tejido social de Estados Unidos. No es algo nuevo. Han tenido más o menos influencia, según la época. Rodrigo Noriega lo ha explicado recientemente en este mismo periódico, en su artículo titulado “Trump y el regreso triunfal del macartismo”, del 23 de enero.
Prueba de que no es novedad lo que hoy vivimos, es la política exterior de Estados Unidos frente a América Latina durante la Guerra Fría: a sabiendas respaldaron oligarquías y dictaduras militares antidemocráticas y violadoras de derechos humanos. Lo importante era que fueran leales a Estados Unidos.
De hecho, Estados Unidos entrenaba sobre técnicas de represión a los agentes de esas dictaduras en sus bases de Panamá. Todo fue un desprecio a nuestros pueblos, porque la democracia no se consideraba buena para nosotros, seres inferiores.
Ahora bien. La Historia hay que verla completa. Tampoco es verdad que dentro de Estados Unidos, en los momentos que ha dominado el imperialismo racista, esa visión refleja una posición unánime.
Veamos un caso típico: en 1898 estalla la guerra imperialista de Estados Unidos contra España. Se invoca el argumento “moralista” de ayudar a liberar a Cuba de la opresión española. Concluida la guerra con España, Cuba consigue la independencia bajo el tutelaje de Estados Unidos, quien toma también el control de Puerto Rico y Guam.
En el caso de las Filipinas Estados Unidos se encuentra con el dilema de que, desde antes de la derrota de España, los filipinos tenían organizado un movimiento armado independentista. ¿Debían dejar a los filipinos organizar su propio gobierno o convertirlos en colonia de Estados Unidos?
El debate no fue simple. Al final se impuso el supuesto deber tutelar anglosajón de colonizar esos pueblos inferiores. Dos años de guerra y atrocidades le costó a Estados Unidos someter el territorio.
El teórico racista del imperialismo inglés, Rudyard Kipling, alabó el nuevo papel de Estados Unidos en Asia. Incluso escribió un poema para justificarlo. Lo llamó: “La carga del hombre blanco”, donde defendía la idea de que la “raza” anglosajona estaba obligada a civilizar y cristianizar a las razas inferiores.
Dentro de Estados Unidos un sector importante de la opinión pública estuvo en desacuerdo, por diversos motivos. El industrial del acero A. Carnegie discrepó abiertamente. Hubo una Liga Antimperialista.
Mark Twain escribió contra la visión de Kipling y llegó a afirmar que la marca civilizadora y cristianizante que justificaba el imperialismo, era solamente una apariencia, porque lo que realmente había en el fondo era un objeto real que a los colonizados les costaba sangre, lágrimas, tierra y libertad.
La visión no dominante de Mark Twain y otros de su época, ilustra un hecho comprobado: siempre existe “otro Estados Unidos”, con el cual Panamá puede compartir valores. No siempre será mayoritario, pero a veces sí lo es.
Y no me refiero solamente a los que no votaron por el actual presidente. Porque estoy convencido que la gran mayoría del votante MAGA, no necesariamente suscribe toda la agenda fanática que busca convertir a Estados Unidos, en la distopía que sufrió la criada de Margaret Atwood. Muchos de esos votantes, solamente aspiraban a que el nuevo gobierno les bajara el costo del supermercado y ahora no entienden nada.
Grandes intelectuales conservadores están en desacuerdo con lo que hacen los MAGA. Hay una población importante de gente buena, influyente y valiente en Estados Unidos: en las calles de Seattle y Nueva York, en los campus de Boston o San Francisco, en las iglesias, en el movimiento ambientalista y en el mundo del arte.
Estados Unidos no solamente es un país que ha generado falsos mesías que pretenden reencarnar el pasado. La coyuntura no nos puede hacer olvidar que sigue siendo la economía más fuerte del mundo y que es el mismo país que también ha sido cuna de figuras cumbres del pensamiento, la cultura y la ciencia occidental, tales como David McCullough; James Baldwin; Shoshana Zuboff, David Lynch, Anthony Fauci; Ella Fitzgerald y Harold Bloom.
La ola fascista que convulsiona al mundo occidental es sin duda muy fuerte. Esto no va a pasar rápido. Sin embargo, desde ya debemos ir cultivando las relaciones con ese “otro Estados Unidos” que también existe y que eventualmente podrá volver, porque la interacción con dicha potencia mundial seguirá siendo importante para Panamá. Sin humillaciones y con respeto mutuo.
Nadie sabe en qué quedará todo esto. No obstante, hay algo que sí podemos contar ya como un resultado de esta crisis. Y es que ha quedado totalmente roto y sucio el mito de las élites panameñas que mayoritariamente las hacía identificarse con los conservadores de Estados Unidos, con quienes creían compartir el cuento de hadas titulado: “la relación especial y estratégica con Panamá”.
En esa historia de amor de folletín, los de Panamá estaban enamorados solos. Mucho de ingenuidad y alguna dosis de ignorancia nos subió en esa nube. En medio de la tormenta, tenemos que entender que debemos empezar a construir un futuro diferente, por sobre los despojos de tantos errores.
El autor es abogado.